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Mata Hari



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■ Mata Hari, la bailarina espía que se inventó a sí misma.


Nació en 1876, en los Países Bajos. Su padre fue un fabricante de sombreros con delirios de grandeza. Se casó con un oficial holandés y tuvo dos hijos; el mayor murió envenenado por su niñera. Durante la Primera Guerra Mundial actuó como agente doble y fue ejecutada en 1917.

Sus pasiones fueron el amor y la danza oriental, pero pasó a la Historia como una de las espías más renombradas de la Primera Guerra Mundial. Bella, seductora y enigmática, su figura sigue interesando a cuantos se acercan a una biografía aún cubierta por enormes sombras.

Margaretha Geetruida Zelle —su verdadero nombre— nació el 7 de agosto de 1876 en Leeuwarden (Países Bajos). Vino al mundo en el seno de una familia dedicada a la fabricación de sombreros. Su padre era un personaje excéntrico con ínfulas aristocráticas, por lo que sus vecinos le conocían con el apodo de El Barón. Algo de razón debían llevar en esta singular apreciación, pues, según se dice, cuando Margaretha fue por primera vez al colegio, su progenitor la emperifolló y la envió a la escuela subida en un cabrito dorado tirado por cabritillas blancas. La curiosa escena provocó la risa general, pero la pequeña disfrutó al sentirse diferente y original.

En 1895 contestó al anuncio por palabras de Rudolf John McLeod, oficial del Ejército holandés que buscaba esposa antes de partir rumbo a las Indias orientales. La pasión entre ambos se desató, a pesar de los 20 años que les distanciaban; ella tenía 19. Pronto llegó la boda y el nacimiento de dos hijos. La vida colonial atrajo a la inquieta Margaretha: exotismo, calor, paisajes ensoñadores y danzas sensuales, cuyo máximo protagonista era el sexo. En definitiva, un universo fascinante que captó por completo el alma de la holandesa, quien, por otra parte, se encontraba cada vez más distanciada de su bravucón y alcohólico esposo.

La tragedia familiar se consumó con la muerte del primogénito, Norman. Éste fue envenenado por una criada vengativa, que mató al pequeño en represalia por el castigo que había sufrido su novio, un soldado de la unidad que dirigía McLeod.

La locura hizo presa del militar, que llegó a culpar a su esposa de absoluto abandono hacia sus hijos. Asimismo, Gerda —como era llamada familiarmente— contrajo una severa depresión, acompañada de fiebres tifoideas que la mantuvieron en cama durante algún tiempo en estado de letargo. Pero, transcurridas las semanas, despertó preguntando a la sirviente que se encontraba velándola qué hora era. La respuesta de ésta fue: Mata Hari, que significaba en idioma javanés: "Ojo del amanecer". Ése fue, precisamente, el nombre que adoptó desde entonces para su segunda aventura vital.

Tras la recuperación, en 1902, regresó a su país natal para solicitar el divorcio aludiendo malos tratos. Una vez concedido, viajó a París, dejando a su hija, Louise, bajo la custodia del padre. Y es aquí donde comienza la asombrosa peripecia de Mata Hari, una mujer que no dudó en reedificar su biografía para dar rienda suelta a su auténtico instinto artístico. En 1905 débito en la Ciudad de la luz como danzarina oriental portadora de un misterioso mensaje cargado de ardiente deseo. Ella misma explicó a sus numerosos amantes que había nacido en La India y que a la muerte de su madre —una sacerdotisa de Siba— fue instruida en las artes eróticas y en el dominio de coreografías sagradas dedicadas al amor.

Sus estudiadas contorsiones en los escenarios desataron pasiones y aflojaron los bolsillos de todos aquellos que quisieron sentir el influjo y los placeres de Oriente. Durante años, la exuberante danzarina se paseó por buena parte de los teatros europeos levantando atronadores escándalos.

En 1914, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, algunos gerifaltes alemanes le solicitaron que interviniera a favor del país germano actuando como espía. Le otorgaron el nombre clave de H-21. Con él suministró informes de escasa relevancia, que en ningún caso alteraron el curso de la contienda.

Mata Hari, en su condición de artista itinerante y amparada por la neutralidad de los Países Bajos, viajó por Europa sin mayor inconveniente. Una vez en Francia, algunos militares galos le efectuaron la misma petición que sus enemigos, y ella aceptó, convirtiéndose de ese modo en un agente doble. Finalmente, tras una estancia en España, viajó a París, donde fue detenida —en febrero de 1917— para ser juzgada por "espionaje, complicidad y entendimiento con el enemigo".

En el juicio, envuelto por la polémica, fue condenada a muerte, siendo ejecutada el 15 de octubre de ese año. La bella holandesa rechazó el vendaje de sus ojos y mirando con ternura a los soldados que la iban a fusilar, les lanzó un último beso de despedida. Dicen que de los 12 integrantes del pelotón, uno no disparó y del resto sólo cuatro acertaron, con un único impacto mortal de necesidad. De esa elegante forma murió, a los 41 años, una de las mujeres más atractivas del siglo XX

[Fuente: Por Juan Antonio Cebrián]

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