◄ ¡ Hola ¡ Saludos desde MÉRIDA (España). Ciudad romana y Monumental. Si puede, no deje de visitarla. │◄ Hello! Greetings from MERIDA (Spain) Roman and Monumental City. If it can, it does not let visit it │◄ Bonjour ! Salutations de la ville romaine et monumentale de MÉRIDA (Espagne). Si elle peut, elle ne laisse pas la visite il. │◄ Hallo! Grüße MÉRIDA (Spanien) von der römischen und hervorragenden Stadt. Wenn sie kann, läßt sie nicht Besuch es. │◄ Ciao! Saluti dalla città romana e Monumental de MERIDA (Spagna). Se può, non lascia la chiamata esso. │◄ Hello! Cumprimentos da cidade Roman e Monumental de MERIDA (Spain). Se puder, não deixa a visita ele.

Cabrera Infante


• BIOGRAFÍAS


 biografia

Trabajando para la Revolución. Guillermo Cabrera Infante repone fuerzas durante un descanso en el Día del Trabajo Voluntario cerca de La Habana, en 1959.

■ Militó en la literatura y el periodismo como un disidente de la dictadura cubana

{ 22-1v-1929 21-11-2005 }

Escritor y crítico de cine. Brillante, comprometido y genuinamente democrático, este cubano universal nacido en Gibara fundó y dirigió la primera Cinemateca de su país en 1951. Manejó con maestría la crítica de cine en el semanario "Carteles" y en el magazine "Lunes de revolución". Se enfrentó al régimen castrista tras comprobar el trasfondo de la revolución del comandante Fidel. En 1966 se exilió en Londres junto a su esposa Miriam Gómez. El autor de "Tres tristes tigres" recibió el Premio Cervantes en 1997.

El niño tenía unas pesadillas que ningún santero podía entender. Nadie del panteón yoruba comprendía el temor de aquél muchacho que gritaba hacia la madrugada del mar Caribe: "Lo Gótico está debajo de la cama. El Gótico me quiere llevar".

Lo explicó todo después, cuando era un adulto y ponía en la portada de su libros este nombre largo como un camino real: Guillermo Cabrera Infante.

Contó que allá en Gibara, su pueblo natal, un puerto mínimo de la costa norte en el oriente de Cuba, solía tener ataques de pesadillas con la particularidad que ocurrían mientras estaba despierto.

"Estas alucinaciones —dijo— giraban sobre una palabra o números. Había una canción que mi madre cantaba a veces, con una plétora de esdrújulas. Decía: ‘Y bajo plácida ventana gótica/ cogió su cítara/ y así cantó’. Pues bien, la ventana gótica se convirtió en mi ente diabólico".

Ahora que el escritor sabe la verdad porque llegó al final y ha entendido el origen y la evolución de sus sueños, podía narrar la esencia de su pavor por lo gótico, en un tiempo en que él no alcanzaba a comprender el sentido de ese vocablo y, en su poblado de pescadores pobres, aquello sonaba casi como una mala palabra.

De todas formas, ante la obra que iba escribir luego aquel niño, los episodios diurnos y en vigilia, de miedo a una ventana inexplicable, se hubieran recibido con naturalidad en la casa en que vivió los primeros años. Bajo aquel techo trasegó las ilusiones que le producían las funciones de cine. Allí regresaba deslumbrado, lleno de asombro y de otros sueños que empezarían a realizarse luego, en La Habana, cuando Guillermo se convirtió en el más importante crítico del séptimo arte en su país, con unas cuartillas que entregaba cada semana a la revista Carteles bajo la firma breve de G. Caín.

En esa misma publicación y en su competencia, Bohemia, el escritor publicó sus primeros cuentos. Quienes después trataron de sepultar su obra, compañeros y amigos que borraron su nombre de las antologías y de las libretas de teléfonos, siguen todavía, a más de medio siglo, citando en las sombras y alimentándose en silencio, de Así en la paz como en la guerra, su primer libro, que salió de la imprenta en 1960.

Allí están unas viñetas de antología que todo el mundo lee y nadie cita en público. Están tres cuentos que las generaciones de prosistas que le siguieron se saben de memoria: En el gran ecbó; Josefina, atiende a los señores y Abril es el mes más cruel.

Cabrera Infante, desde esos primeros fuegos o juegos, se convirtió en una figura necesaria y peligrosa para el poder que se acababa de instalar en la isla. Le querían para mostrarle al mundo, a los extranjeros, como un autor importante integrado al proyecto revolucionario, pero le tuvieron siempre bajo los reflectores sutiles de la policía porque era un hombre entregado a la palabra, a la literatura y al cine. Un tipo difícil, ágil, con un sentido del humor extraño y seco que salía de sus labios en suaves bocanadas, escoltado por el humo de los habanos, y se convertía, más tarde, en una tormenta tropical categoría cinco en la escala de cinco.

¿Quién es el hipócrita que niega haber leído y releído Un oficio del siglo XX? Muchos son los hipócritas. Muchos los farsantes que ocultan ese libro que contiene las más importantes críticas de cine que escribió G. Caín en sus años cubanos. Una obra que sirvió y sirve a los del oficio y, a muchos otros que aprendieron a redactar en español, fajados con los párrafos impecables de esas piezas.

La gloria del autor de Vista del amanecer desde el trópico se entiende desde la dimensión de su obra y el reconocimiento internacional que recibió siempre, taimado y socarrón, junto a su esposa Miriam Gómez en su casa de Londres. Lo que es complejo explicar es la recepción de esa gloria en el país donde nació.

La burocracia prohibió sus libros, censuró su nombre y se propuso abolir, con sucesivos decretos de estado y amenazas verbales, hasta su recuerdo como ser humano, como ciudadano de Cuba. Pero esos dos únicos libros publicados en su patria se convirtieron en objetos de culto. En medio de las mayores penurias materiales la gente cambiaba los estrujados ejemplares de Así en la paz como en la guerra, por unas latas de leche condensada, una camisa de trabajo o un par de botas para cortar caña de azúcar.

Puñados de sus críticas de cine, copiadas de Un oficio del siglo XX, circulaban en incunables mecanografiados por toda La Habana y los que se creían eruditos le hacían notas al margen o escribían frases que consideraban definitivas y consagratorias en los bordes manchados de café, cenizas y nicotina.

Restos en su ciudad. Los santuarios del escritor, el último apartamento donde vivió en El Vedado, la marca del auto que usó hasta su salida, el restaurante donde almorzaba con Miriam y con sus amigos, son recordados por los lectores más ortodoxos, los escritores jóvenes y las muchachas que aún consideran que los intelectuales son amantes cálidos y hombres misteriosos y seductores.

Los chistes del hombre que escribió la inmortal Tres tristes tigres, sus juegos de palabras, las aventuras amorosas de sus personajes en los clubes, los cabarés y las salas de cine de la ciudad, se repiten ya deformes y amplificados o reducidos por la picardía popular o por la imposibilidad de confundir a propósito a Ezra Pound con El Rapao y por la dificultad de entender este metatema: Ovidio: odio vi.

Lejano y, a veces, sombrío bajo el cielo de un Londres que desde la isla siempre será gris, este cubano está cada día más vivo en la ciudad que él descubrió otra vez para sus contemporáneos. Se enamoró de ella y la quiso. Entró y vivió en los solares donde se hacinan negros y blancos, ayudó a los músicos a afinar sus instrumentos, sacó de los sótanos cantantes espléndidas y las bautizó con nombres sonoros y apodos rimbombantes para que pudieran llegar a los escenarios etéreos (como el de Tropicana) que se construyeron para que los artistas pudieran hablar con las estrellas.

La conoció hasta en el sentido bíblico y fue, durante muchos años, el dueño y señor de aquellas noches que metió en sus libros para que nunca vieran la luz de la mañana y los cubanos las puedan volver a vivir cuando se acabe el luto. Salvó, con su literatura, una manera de ser, un ritmo de vida, una filosofía que la dictadura hirió a machetazos con dogmas, mentiras y doctrinas ajenas y nevadas.

Con Cabrera Infante habrá que recorrer nuevamente la ciudad salvada. Con sus textos como un mapa donde se vean resplandecientes los parques, las casas de vecindad, los callejones y las fondas de chinos, los restaurantes y los bares. Veremos también a los hombres y mujeres de sus historias resucitados o como tenues fantasmas sugeridos por sus páginas. Unas páginas escritas en una lengua particular, abarrotada de laberintos y remisiones, subtramas y pequeñas demoliciones que todos podemos leer y que nadie volverá a escribir.

Por Raúl Rivero, poeta cubano, nunca conoció personalmente a Cabrera Infante, pero compartieron infinidad de programas de radio e incluso el fallecido prologó uno de sus libros.

0 comentarios: