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Biografía.- Tamerlán


• BIOGRAFÍAS


♦ Nació en Kesh, actual Uzbekistán, en 1336. Se proclamó heredero y continuador de Gengis Kan, fundador del imperio mongol. Creó un gran ejército con el que se lanzó a la conquista de Asia, liberó de peligros la Ruta de la Seda y promulgó leyes que mejoraron la vida de sus súbditos.

► Tamerlán, el sanguinario conquistador mongol de Samarkanda

Fue uno de los más grandes conquistadores mongoles. Sus dominios abarcaron ocho millones de kilómetros cuadrados en un tiempo cubierto por la guerra y la destrucción, pero también por un magnífico esplendor cultural y comercial, auspiciado por el mecenazgo de este célebre gobernante asiático.

Tamerlán o Timur –cuyo nombre original significa hierro– vino al mundo el 10 de abril de 1336 en Kesh, un lugar próximo a Samarkanda enclavado en el antiguo kanato de Chagatai (actual Uzbekistán). Pertenecía al clan de los Barlas, un linaje de etnia mongola, aunque de cultura islámica, muy arraigado desde tiempos ancestrales en aquella geografía.

En ese siglo, la miríada de entidades independientes surgidas tras la muerte de Gengis Kan pugnaba por la supremacía política y militar en una hermosa latitud sembrada de estepas y valles fértiles al amparo de majestuosas cumbres montañosas.

Precisamente, la división de Chagatai en dos kanatos diferenciados (Tranxosiana y Mogolistán) favoreció el ascenso social de Timur, ya que se casó con la hija menor del jefe que quedó al frente del primero de los mencionados kanatos. Con 26 años, nuestro personaje, al que apodaban Lank (el Cojo) por una discapacidad sufrida en una de sus piernas durante la infancia, ya se había hecho con el mando de la situación en el territorio del que se enseñoreaba y declaró la guerra a sus hostiles vecinos.

Tras varios años de conflicto, Tamerlán sojuzgó o aplacó la belicosidad de sus rivales. En 1370 se proclamó emir independiente y eligió como capital de su incipiente Estado la esplendorosa ciudad de Samarkanda. Desde ella inició una expansión militar como no se había visto desde la época del mismísimo Gengis Kan, de quien Timur se erigió pretendido heredero genético.

Su sueño vital pasaba por recuperar el perdido fulgor del imperio mongol y, durante los primeros años, se dedicó a cimentar la estructura de un estado sólido y unificado bajo su cetro. Para ello diseñó leyes de gobierno en las que se aunaban las viejas costumbres y otras de nuevo cuño que mejoraron la vida de sus súbditos.

A esto se sumó la creación de un incontestable ejército, considerado la mejor maquinaria bélica del momento. Con dichas tropas, Tamerlán se lanzó a la conquista de Asia bajo el influjo de lo logrado por Alejandro Magno, una de sus más claras y admiradas referencias históricas.

Durante 35 años los ejércitos de Samarkanda cubrieron buena parte del continente asiático, extendiéndose de este a oeste y de norte a sur por las actuales Siria, Irak, Irán, Pakistán, Afganistán, Turkmenistán, Uzbekistán, parte de La India, Turquía, Rusia...

Las campañas de Tamerlán fueron tan brillantes como genocidas. Desgraciadamente famosas se hicieron las construcciones piramidales que sus hombres elaboraban con las cabezas de los infortunados vencidos. Asimismo, en esta cruel y despiadada política de anexiones territoriales, ordenó el asesinato de poblaciones enteras y arrasó bellas ciudades como Bagdad o Damasco, plazas en las que miles de sus habitantes sufrieron decapitación a modo de escarmiento por la resistencia planteada.

Sin embargo, no todo fue masacre, y el sultán, muy interesado en la cultura, favoreció el embellecimiento arquitectónico de Samarkanda mientras contrataba los mejores literatos para ensalzar los aspectos más elogiosos de su reinado.

Respecto al capítulo económico, consiguió que la Ruta de la Seda, principal arteria comercial de Asia, viera sus caminos hasta Bagdad libres de peligros para los comerciantes que la transitaban, lo que impulsó el incremento de la riqueza y el intercambio cultural con otros pueblos.

Por otra parte, este poderoso mandatario no descuidó sus relaciones internacionales y recibió con agrado la visita constante de los embajadores que llegaban desde cualquier parte del mundo conocido. Incluso, el reino de Castilla quiso fomentar los intercambios comerciales con Asia y, a tal efecto, el monarca Enrique III destacó al insigne viajero Ruy González de Clavijo, quien describió en un texto, de forma exquisita y pormenorizada, todas las excelencias que rodeaban la corte de Samarkanda.

Tamerlán murió por enfermedad el 19 de enero de 1405 en la ciudad de Otrar (actual Kazajistán) cuando se encontraba en los previos de la conquista de China, sin duda el proyecto más ambicioso de su agotadora peripecia bélica. Sus restos fueron trasladados a Samarkanda en medio de innegables muestras de respeto y dolor por aquél que tanto oropel había concedido a la mítica capital. Fue sepultado en Gur-i Emir, un luminoso mausoleo que en la actualidad constituye una de las escasas muestras que aún sobreviven de aquel periodo.

[Fuente: Por Juan Antonio Cebrián ]

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