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Biografía.- Catalina de Erauso


♦ Esta es la historia de una de las mujeres más controvertidas que llegaron al Nuevo Mundo en un tiempo de conquistadores y pendencieros a los que no les importaba dejar sus vidas en el fútil empeño de aumentar riquezas y hacienda. Disfrazada de hombre, transgredió las rígidas normas establecidas y consiguió para sí una merecida leyenda que la convirtió en una de las primeras aventureras europeas que llegaron a los vírgenes territorios americanos. .

► Catalina de Erauso, la monja alférez .

Nació en ?592 en San Sebastián (Guipúzcoa) y era hija del capitán don Miguel de Erauso y de doña María Pérez de Galarraga y Arce, un matrimonio acomodado que no hubiese pasado a la crónica de lo insólito de no ser por su díscola descendiente. La pequeña no tuvo muchas oportunidades en cuanto a su educación, dado que fue internada cuando sólo tenía cuatro años en un convento cuya priora era su tía carnal. De ese modo, nuestra protagonista fue creciendo entre oraciones y hábitos hasta que a la edad de ?5 años su corazón libre le empujó a escaparse de aquel recinto sagrado tras haberse peleado con una novicia. Por entonces, el aspecto físico de la forzosa monja no daba a entender que tras sus ropajes se pudiera encontrar mujer alguna. Era poco agraciada, de gran altura para aquella época y sin formas femeninas, e incluso ella misma presumía de haber utilizado una receta secreta con la que conseguía secar sus pechos. Durante meses deambuló por el país vestida como un labriego, desempeñando oficios exclusivos del género masculino, hasta que llegó a la localidad de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), donde se pertrechaban buques con destino a las Indias. Catalina consiguió un empleo de grumete en uno de esos barcos, para lo que utilizó uno de tantos nombres falsos de los que aparecen en su biografía: Alonso Díaz, Ramírez de Guzmán, Pedro de Orive, Francisco de Loyola o Antonio de Erauso. Una vez que su nave arribó a las costas de América, obtuvo trabajo como mancebo de un comerciante y, más tarde, se la pudo ver ayudando a un funcionario. En todo caso, las aburridas tareas no suplían la necesidad de emociones fuertes que anhelaba la vasca y, al poco, se enroló como soldado en las unidades reales que combatían a los indios araucanos por el norte de Chile. Su valor temerario en la lucha y la destreza que demostraba con las armas la destacaron en decenas de refriegas y, por méritos propios, fue ascendida al grado de alférez. Pero Catalina tenía algunos defectos que la comprometieron en diversas ocasiones. Su adicción al juego y su inclinación a la violencia le hicieron formar parte de broncas, algarabías y duelos a muerte de los que siempre salió indemne, quitando en cambio la vida a varios oponentes. Lo más trágico para ella aconteció cuando, en ?6?5, un amigo le pidió que fuera su padrino en un lance que se iba a celebrar para salvar su honor. Como quiera que los dos oponentes quedaron heridos tras el primer intercambio de mandobles, los padrinos, cumpliendo con el protocolo, se vieron obligados a continuar con el desafío. Catalina desenvainó y, con fiereza, arremetió contra su rival, hiriéndole de muerte. Éste, viéndose moribundo, dijo su nombre en voz alta, descubriéndose que era su hermano Miguel de Erauso. Sin ningún tipo de remordimiento por ese hecho, Catalina volvió a huir, dando tumbos por buena parte de la geografía americana. Cuando participaba en una de sus habituales pendencias por el amor de una mujer o por deudas contraídas en el juego de naipes, recibió una terrible herida que le hizo pensar en su inminente óbito. Fue entonces cuando quiso confesarse ante un obispo y desvelarle su verdadera condición femenina, explicándole que, en origen, había sido monja. Nunca sabremos si reveló su más íntimo secreto para ponerse a bien con Dios o para escapar de la más que segura pena capital por sus crímenes. Lo cierto es que el clérigo se compadeció y la amparó bajo su protección, aunque la hicieron pasar, eso sí, por un riguroso examen médico a cargo de unas matronas de confianza. Éstas no sólo confirmaron que era mujer, sino que también era virgen, y la noticia se extendió como la pólvora. Pronto, la historia de la antigua novicia reconvertida a militar bravucón recorrió las latitudes americanas y europeas. Así, precedida por su fama, Catalina llegó a España el 1 de noviembre de 1624. El propio rey Felipe IV la recibió en audiencia personal y la ratificó en el grado de alférez, concediéndole una pensión anual de 800 escudos por los servicios que había prestado a la corona española. Posteriormente, viajó a Roma para entrevistarse con el papa Urbano VIII, quien la autorizó a seguir usando sus atuendos masculinos. Durante algunos años vivió en Madrid, pero la necesidad de nuevos avatares le impulsó a regresar a América, donde había experimentado sus más intensas pasiones. Y es aquí donde la bruma de lo épico confunde la realidad. Unos dicen que murió ahogada desembarcando en el mexicano puerto de Veracruz en ?635, mientras que otros creen que se transformó en arriera y que de esa guisa vivió hasta su fallecimiento en Cuitlaxtla, localidad cercana a Puebla (México), en ?650. Sea como fuere, sabemos que existió gracias a un manuscrito supuestamente dictado por ella y que se encuentra en el archivo de Indias con el título “El memorial de los méritos y servicios del alférez Erauso”. Además, contamos con un cuadro pintado por Pacheco en ?630 en el que podemos ver a la monja alférez en todo su esplendor masculino.

[Fuente: JUAN ANTONIO CEBRIÁN]

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