• CULTURA Y FORMACIÓN
♦ Tiene 15 años y un cociente intelectual de 145. Habla cuatro idiomas, es una virtuosa del piano y sus calificaciones no bajan del 10. Isabel Pérez Dobarro está educada por su familia y profesores para que no fracase, como la mayoría de "cerebros". .
► La superdotada que sí va a triunfar
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■ A Isabel Pérez Dobarro le diagnosticaron un cociente intelectual superior a 145 [el de una persona media ronda el 100]. A sus 15 años habla cuatro idiomas. Es campeona de ajedrez en Galicia, donde nació. Ha ganado dos concursos internacionales de piano. En 60 de Primaria la adelantaron a 20 de la ESO. Estudia en el Conservatorio Superior de Madrid, donde sólo ingresan los mayores de 18 años. Simultáneamente cursa primero de Bachillerato y no saca menos de 10 en ninguna de sus calificaciones. A través de los concursos musicales y campeonatos de ajedrez, tiene amigos de todas las nacionalidades, con los que chatea siempre que puede.
Isabel pertenece a ese 50% de superdotados (algunos estudios reducen la cifra hasta un 20%) que no se estanca ni retrocede en su formación. ¿Por qué saca provecho de su inteligencia y, sin embargo, el 50% restante no? Porque a Isabel le han dejado hacerlo. Independientemente de que los superdotados –un 2,28% de los niños escolarizados– sean un grupo heterogéneo en el que no todos tienen las mismas cualidades, los padres y profesores de Isabel han cumplido las pautas que aconsejan los expertos para que un niño de estas características se integre adecuadamente en la sociedad: hacerle la prueba de superdotación a una edad temprana (el test Weschler es de los más utilizados), procurarle un ambiente tranquilo donde pueda leer y estudiar y por encima de todo, no sólo no limitar ninguna de sus inclinaciones intelectuales (ya sean literarias, artísticas, científicas…), sino estimularle para que las desarrolle.
Los docentes de Isabel no sólo han cumplido con los consejos de los profesionales. La Ley General de Educación española establece que los centros educativos deben facilitar la enseñanza especializada a aquellos alumnos que la necesiten.
A los 3 años, leía los carteles y titulares de los periódicos sin que ninguno de sus compañeros supiera hacerlo. A los 6, acudía a ASAC –Asociación de Altas Capacidades– cada 15 días con sus padres, donde resolvía con niños de su nivel juegos de inteligencia, problemas matemáticos y jugaba al ajedrez.
María Dobarro y Carlos Pérez, economista y arquitecto, rondan los 50 y son sus padres. Viven en Galicia, pero todos los fines de semana se desplazan a la capital para visitar a sus hijas: Ana, la mayor, veinteañera que sigue los pasos arquitectónicos de su padre, y la adolescente Isabel. «En casa siempre ha habido un lema: ‘No lo dejes, porque entonces no lo sabrás nunca’», explica Carlos. «Si había una cosa que no se sabía, alguien tenía que levantarse e ir a mirarlo a la enciclopedia. Se estuviera comiendo o cenando. Isabel también se ha contagiado de lo que ha visto en casa. Supongo que en las familias que no se dé eso tendrá que intervenir el Estado para que podamos tener muchos más ciudadanos que, con alta capacidad, estén entrenados».
Sin embargo, existe el peligro de que los progenitores de superdotados se equivoquen a la hora de educar a sus hijos y actúen igual que el padre del compositor Wolfgang Amadeus Mozart, quien, apreciando el talento de su hijo, a los 7 años le animaba llevándole de gira por las cortes europeas. «Hay veces que los padres crean unas expectativas falsas al niño, se piensa que con su inteligencia va a llegar a la Luna. Lo importante es que el niño sea feliz, no un genio», comenta Edigia Valentín, de la Confederación Española de Asociaciones de Superdotación.
Con su madre María (economista), su padre Carlos (arquitecto) y su hermana Ana.
Isabel se considera una niña feliz. De hecho, su mayor miedo es no serlo. Ser una pianista famosa es secundario. La campeona internacional del Concurso de Piano de Berga (2002), y del Concurso Internacional Ciudad do Fundao (2006), acumula una serenidad y una tranquilidad impropias de su edad. Nada que ver con una adolescente tímida y nerviosa que tartamudea sus respuestas consciente de que va a salir en una revista. Ni juega con su pelo, ni mueve las manos nerviosa, ni mira nunca a su madre en busca de ayuda cuando no tiene segura una respuesta. Habla claro y mira constantemente a los ojos. Sus respuestas siempre son «políticamente correctas». «En el colegio, cuando hacen preguntas, espero siempre a que alguien conteste para no molestar. Prefiero dar datos que aporten algo y levanto la mano cuando nadie lo sabe. Así no dicen nada malo de ti».
Aunque parezca que en su cerebro haya una calculadora, la pianista es todo temperamento y sensibilidad. Únicamente prefiere mostrarse así delante de un piano, no de la gente. «Soy incapaz de gritar a nadie. Tengo mucho carácter, pero prefiero sacarlo a la hora de tocar el piano o jugar al ajedrez, porque así libero tensiones acumuladas», desembucha la joven.
Mitos y prejuicios. Javier Tourón, profesor de la Universidad de Navarra, y que actualmente trabaja para CTY España, institución que nació en una de las universidades más prestigiosas del planeta, la americana John Hopkins University, sostiene que los mitos sobre los problemas emocionales de los niños con alta capacidad son falsos. «Ellos no son el problema. El problema es no saber atenderlos», añade. «El término superdotado está mal empleado porque parece que son especiales. Son niños normales con unas necesidades educativas que si son atendidas no tienen problemas».
Este profesor afirma que todo niño necesita «un nivel de reto acomodado a su aprendizaje». Actualmente las escuelas están preparadas para el alumno medio y los cursos se organizan en función de la edad, no de la capacidad. Cuando el alumno sobresale de la media y tarda dos semanas en entender lo que sus compañeros en nueve meses, se estanca. Tourón establece dos soluciones: o que los centros impartan clases individualizadas a través de la tecnología –alternativa que ya está funcionando en Finlandia, donde los niños trabajan con su propio ordenador y el profesor enseña la materia en función de las características de cada alumno–, o recurrir a la aceleración curricular (adelantar al niño un curso) y apuntarle a actividades extraescolares que sacien sus inquietudes y gasten su energía, como el caso de Isabel. También se dan casos, como en Singapur, Japón o Estados Unidos donde los niños con alta capacidad van a la universidad con nueve años.
No pocos consideran esta opción contraproducente: un niño superior en inteligencia no tiene porqué serlo también en madurez. Adelantarle un curso significaría privarle de un año de aprendizaje emocional, y por lo tanto dificultarle la integración con sus compañeros. Marta Eugenia de la Torre, con un cociente intelectual de 2?0, y fundadora de Sapientec, centro de ayuda a niños superdotados, considera que las consecuencias por no proporcionarles la educación adecuada son peores: «Hay niños que desarrollan úlceras, alergias, tics y fiebres altísimas por no satisfacer sus inquietudes. Además, también se desarrolla en ellos el síndrome Pygmalión Negativo, por el que inhiben su inteligencia para ser aceptados, con los consiguientes trastornos, fobias a la escuela y depresiones».
Isabel no tiene tiempo para deprimirse. Se levanta todos los días a las ocho y media y llega a casa a las nueve de la noche, tras cinco horas y media de clases escolares y cinco de Conservatorio Superior. Aun así, saca tiempo todos los días para recorrer de arriba a abajo todos los periódicos. Y leer. Sus libros de cabecera son El principito, de Antoine de Saint-Exùpery, y Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Tampoco descuida su afición por el cine clásico: «Historias de Philadelphia y La fiera de mi niña son películas que nunca me cansaría de ver, al igual que el cine de Hitchcock». Las preocupaciones de Isabel no se reducen a los libros y al piano. También le preocupan la ropa o que el Compostela gane la Liga. Una pícara sonrisa llena su cara cuando se le pregunta si los chicos se le quedan cortos. «Bueno, tengo muchos amigos», contesta. Uno de sus próximos objetivos es forrar su carpeta del «cole» con fotos de Tom Welling y Orlando Bloom. Como cualquier niña de ?5 años.
Si un niño mide dos metros, ¿ hay que hacerle ver que es un monstruo? «No. Simplemente es más alto. Lo que sí hay que hacer es, si tiene motivación para ser jugador de baloncesto, facilitarle las vías para conseguirlo. Pues de la misma forma hay que comportarse con los niños de alta capacidad», explica Carlos. «Nunca nos ha interesado que Isabel sea la mejor pianista ni la mejor abogada», corrobora María. «Sí que tenga la formación más sólida. Los concursos de piano, el ajedrez…, no son objetivos en sí mismos. Nada de depresiones porque a lo mejor no gane un concurso». Por esta razón, la madre rechaza las invitaciones para que su hija acuda a programas televisivos. Todavía no está preparada para asumir un protagonismo que no le corresponde.
Testimonios como los de la familia Pérez Dobarro pueden servir para ayudar a padres perdidos con hijos superdotados. Como los de Lucía Suárez. A los 10 meses sabía hablar. A los 2 años corregía a su abuela: «No le llames ‘chupina’, se dice biberón». Con 3 años construía tres puzzles de 25 piezas en ?5 minutos. Tenía 6 cuando le diagnosticaron un cociente intelectual de 135. Soñaba con ser guionista de cine. Hoy tiene 17 años y hace zapping desde el sofá. Como la mitad de los niños con una inteligencia superior a la media, Lucía Suárez se siente una fracasada. ¿Dónde se ha fallado?
[Fuente: Por AURORA G. MATEACHE. Fotografías de RICARDO CASES]
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