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Un tesoro fabuloso, el del Señor de Sipán

• Recuperación de tesoro


► Veinte años. El fabuloso tesoro del Señor de Sipán.

■ Los objetos recuperados se muestran al público en el Museo Tumbas Reales, en Lambayeque, cerca de SipánAl paisaje le casaba la cámara lenta, una de esas secuencias de desierto, polvo y pueblos sin ley. Pero entonces, 1987, nadie sabía dónde estaba Sipán... tampoco los del cine. «Era una época difícil, con una crisis económica y política feroz y una pérdida total de autoridad», recuerda Walter Alva, director en esa época del Museo Brunning de Lambayeque. Uno de aquellos días de hambre y plomo, Alva supo que los huaqueros (saqueadores) habían hallado una pieza interesante en Sipán. «Ya sabíamos que era una zona importantísima, pero no teníamos dinero para intervenir. Con aquella pista decidimos que había que hacer algo para evitar el saqueo». No era tarea fácil, más bien al contrario: una cinematográfica «misión imposible». «Los traficantes ofrecían mucho dinero por las piezas saqueadas -continúa Alva-. En el campamento vivíamos entre una hostilidad permanente, rodeados por profanadores, guerrilla, traficantes y gente de los pueblos que pensaban que los investigadores no éramos tan diferentes a ellos: desde su punto de vista, todos competíamos por el mismo tesoro. Si no hubiéramos ido deprisa, en quince días no habría quedado nada. Era una operación de rescate para la que teníamos un presupuesto de apenas trescientos dólares». Los arqueólogos iban al trabajo con la pistola al cinto. «Walter pegaba cuatro o cinco disparos al aire, y los huaqueros salían corriendo», relata José Manuel Novoa, que estos días termina de rodar en la zona un docudrama sobre el Señor de Sipán. En aquellos enfrentamientos murió tiroteado uno de los saqueadores, Ernil Bernal... Veinte años después, como la vida es un tiovivo, su hijo trabaja en las excavaciones que se han reanudado recientemente en esta esquina de Perú. Los huaqueros se habían quedado a dos metros de la tumba que estaba destinada a convertirse en el gran hallazgo arqueológico del final del pasado siglo. «En junio de 1987 encontramos las primeras ofrendas y al guardián de la tumba, con los pies amputados -continúa Walter Alva-. Luego vimos las cintas de metal que amarraban el ataúd, algo completamente nuevo. El sarcófago estaba deshecho. Comenzaron a aparecer objetos de cobre oxidado. Era un trabajo muy lento, centímetro a centímetro, en el que poco a poco, ya a mediados de septiembre, fuimos apreciando la jerarquía del personaje y la magnitud del descubrimiento. En octubre vino a visitarnos el presidente de la República. Era la primera vez que se ocupaba de un asunto de estas características». Lo que atrajo al presidente Alan García y al resto del mundo era la primera tumba intacta de un gobernante del antiguo Perú, perteneciente a los mochica. Un sueño arqueológico que «renovó el interés por nuestro pasado», según Walter Alva. La cultura moche o mochica, que surgió en torno al siglo I d. de C., creció en la costa norte de Perú. Eran agricultores, artistas y guerreros con un desarrollo tecnológico extraordinario, una civilización en medio del desierto capaz de crear una economía altamente productiva y un sistema de riego muy avanzado. El Señor de Sipán era el más alto gobernante de los mochica. A su alrededor, en estos años se han hallado unos seis mil objetos de oro, plata, cobre dorado y cerámica, que han servido para retratar con precisión el perfil de aquel pueblo, la época más desarrollada del antiguo Perú.

La restauración, en Alemania
El impacto del descubrimiento zigzagueó por medio mundo (Fundación Getty, Varsovia, Londres, un especial de la revista National Gepgraphic...), y empezó a plantear preguntas incómodas. ¿Cómo en medio de una crisis terrible y sin mayor experiencia podía recuperarse en condiciones un tesoro de semejantes características? Al cabo, un grupo de expertos alemanes solucionó el problema haciéndose cargo de la restauración. Alva y sus compañeros maquinaban, eso sí, la necesidad de un museo en la zona dedicado exclusivamente al Señor de Sipán. La idea iba a tardar mucho en cuajar. Hasta el año 2002 no se inauguró, y a día de hoy, dirigido desde luego por Alva, recibe unos 160.000 visitantes anuales, a pesar de estar tan alejado de todo. La aventura que pudo haber inspirado al Indiana Jones de Steven Spielberg aún no había acabado. Algunas de las piezas expoliadas por los huaqueros viajaron a Estados Unidos, país que declaró una ley de emergencia para frenar el tráfico de bienes culturales. Hace unos ocho años, el FBI recuperó, entre otras cosas, un ornamento de oro de 1,3 kilos valorado en tres millones de dólares. Dice José Manuel Novoa que quizá la tumba saqueada fuera más rica que la del Señor de Sipán. Los veinte años del hallazgo se han celebrado con la vuelta a las excavaciones, paradas desde 2000. Ochenta trabajadores rastrean lo que aún queda bajo tierra, quizá tarea para muchos años. Este verano, durante el rodaje de Novoa, ha salido a la luz la tumba de uno de los cuatro personajes más importantes de la cultura mochica, y para las próximas semanas se espera un nuevo anuncio de calado. «La emoción que sientes al ver cómo sale la primera pieza es irrepetible», afirma el director español. También se empezará a construir en breve un nuevo museo, pegado al campamento de Sipán, que albergará los tesoros que se vayan recuperando a partir de ahora. El Señor de Sipán ha cambiado el destino de la arqueología en América, ha proporcionado información única y abundante sobre una cultura clave en el pasado de Perú («eso ha sido lo más importante», opina Alva) y ha situado la historia de unos pequeños pueblos del norte a la altura de la leyenda de la tumba de Tutankamon en Egipto. «En esta fase de los trabajos en Sipán nuestro interés es mejorar las condiciones de vida de los pobladores -concluye el arqueólogo-. Al cabo, las costumbres de los que vivimos aquí hoy, en el siglo XXI, son una herencia directa de los mochica».

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