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¡A robar almendras!


• TRAVESURAS


Introducción

Transcurridos aproximadamente tres meses de la construcción de mi Blog, y en su inmensa mayoría preparado como yo, más o menos, tenía proyectado y dado que la, aunque mínima, experiencia como bloggista, hoy me lanzo a publicar algunas de mis travesuras, que no son pocas, ¡Ya lo verán! ¡Uno de los más traviesos del “Barrio”.

¿Cómo pude llegar a ser tan formal? Lo irán averiguando

Manos a la obra

Corría el año 1957, mes de julio. Época de bastantes necesidades en España. Como dato curioso de de comentar que nací el mismo día en que acabó la II Guerra Mundial (8 de mayo de mayo de 1945). Tendría eso… aproximadamente 12 años. Dos amigos, Paquito Barrena, Juan Luís García y yo (Fali) , - No recuerdo el por qué no vino con nosotros nuestro común amigo Pedrín Benitez-, una mañana que no teníamos ganas de jugar, decidimos ir a por almendras, para comérnoslas y llevarle a nuestras madres algunas para que hicieran dulces.

Ya en el lugar programado, elegimos un almendro, que como la mayoría de ellos no son muy altos. Yo era el más delgado y me tocó trepar a su copa. Utilicé mi cinturón -al más puro estilo indígena para subir a los cocotero-, para izarme con la ayuda de el hasta su más frondosa copa. Desde ella lanzaba almendras hacia abajo a diestro y siniestro; almendras que, Paquito y Juan Luís se encargaban de guardar en sus respectivos bolsillos, para posteriormente hacer el oportuno reparto.

Robando almendras (Algo parecido a la foto de arriba)

En plena acción, escucho unas voces procedentes del suelo, que venían a decir más o menos: ¡Os cogí! ¡Canallas! ¡Sinvergüenzas! ¡Ladrones! ¡Estáis robando las almendras de mi señorito! ¡Os voy a dar tela marinera!.

Inmediatamente lancé mi mirada hacia abajo; mirada que se cruzó, con lo que pude ver era el Guarda de la finca -de unos 28 ó 30 años de edad-, pudiendo observar que portaba – cálculo a "vuelapluma"-, una vara de olivo de aproximadamente 1,20 m de longitud y 3 cm de grosor. Bonita pieza, pensé yo. Y dirigiéndose a mí dijo: ¡Tú sinvergüenza baja inmediatamente de ese almendro! ¡Hijo de p-ííí-ta.

No había este muy bien finalizado sus palabras, cuando rápidamente inicié sus deseos y en breves instantes nos encontramos los cuatro reunidos.

El Guarda dijo: ¡Tú -dirigiéndose a mí- delante! ¡Vosotros dos detrás! ¡Hacia las cochineras! (lugar donde se encuentran los cerdos), y no se os ocurra huir, porque de lo contrario vais a probar -le dio un nombre, que no recuerdo- y añadió, mi preciosa vara. Apenas habíamos recorrido cincuenta metros, cuando escucho nuevamente la voz del Guarda que decía: ¡Sinvergüenzas! ¡Algún día os cogeré y os mataré a palos! ¡Me he quedado con vuestras caras! ¡Lo comunicaré a la Guardia Civil!

Como un rayo dirigí mi mirada hacia atrás pudiendo ver a mis dos amigos corriendo e inclinados, tomando una de las curvas del camino, como si de dos motos se tratase. Imaginé en décimas de segundo, que debieron de haberle hecho un quiebro al guarda para poder escapar de su maldita vara. Probé, con suerte, sortear a mi vigilante, saliéndome del camino por entre los matorrales para retornar a él una vez salvada la distancia de la vara y en persecución de mis amigos.

Ni que decir tengo, lo que aquella boquita profería a gritos. Nos decía de todo menos bonito. La mejor palabra que vertía era hijo de pu- pííí-a. Corrió tras nosotros pero, lógicamente, su edad no le permitía llevar la misma velocidad que a nosotros la nuestra.

En mi alocada carrera, y a unos 20 ó 25 metros de distancia de él, noté que se me caían los pantalones. En el acto reflejo de subírmelos, sin por ello frenar mi marcha, dí un "traspiés" que me hizo acelerar la marcha, cumpliéndose el proverbio de: tropezar y no caer es adelantar terreno; "traspiés" que fueron repitiéndose en varias ocasiones, en mi afán de no caer al suelo y que el Guarda me echara el "guante". ¡Tuve mucha suerte!

Al fin los tres nuevamente juntos, sin la amenaza de aquella poderosa vara, procedimos al reparto de las almendras. ¡Que desilusión!, ¡Qué fracaso!, tocamos cada uno, más o menos a ocho por “barba”. Cosa normal, pues en nuestras carreras, las almendras saltaban de los bolsillos como, si de casquillos de balas de una ametralladora se tratase. Sudábamos más que un corredor de marathon.

Nos despedimos hasta la tarde y entré en mi casa.

Empecé a beber agua, más que un camello, para sofocar mi meridiana sed.

En esos momentos ignoraba que, el día otra sorpresa me depararía. ¡La mayor sorpresa de toda mi vida!

La publicaré cuando la tenga preparada. Suelo cumplir mi palabra.

PD.- Paco Barrena y Pedro Benitez -éste último me pasó el Test de inteligencia que recientemente he publicado en mi Blog-, afortunadamente se encuentran muy bien, viéndonos frecuentemente. De Juan Luís y desde que se fue a Barcelona, le perdimos la pista y desconocemos qué es de su vida.

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