“Anglosajón”. Un jovencísimo príncipe Fahd charla con Rita Price, alumna del Kidbrooke School de Londres (Reino Unido).
■ Rey Fahd de Arabia Saudí.
{ 1920 1-VIII-2005 }
Una vida de opulencia y generosidad
Rey de Arabia Saudí. Nombrado monarca en 1982, es el sexto de los 40 hijos que tuvo el rey Abdelasís, fundador del Reino. Amigo de Estados Unidos y de Arafat. Protector de la OLP, desempeñó un papel moderador en la crisis del petróleo y el conflico de Oriente Medio. Tuvo seis hijos varones, varias féminas y al menos tres esposas.
Está enterrado en una sencilla fosa sin inscripción alguna en el cementerio de Al-Oud, en el casco histórico de Riad, su cuerpo envuelto en un simple sudario blanco y cubierto con la última capa (abaya) que vistió. Su funeral fue breve y austero. El muftí de Arabia, Abdala al-Sheij, máxima autoridad religiosa tras el monarca, recitó unos versículos del Corán en la mezquita del immam Turki en memoria del rey muerto, cuyo cadáver, colocado sobre una simple tabla de madera, era portado a hombros por miembros de la familia real saudí. Fahd ben Abdulaziz, custodio de las sagradas mezquitas de la Meca y Medina, quedaba así igualado en la muerte a la de cualquier otro musulmán, tal y como lo exige la fundamentalista interpretación religiosa wahabita que rige los destinos de Arabia Saudí.
Este rigor en el enterramiento del rey Fahd contrasta con la vida de lujo y dispendio que la monarquía saudí mantuvo en gran parte de sus 23 años de reinado. Fahd, un rey prudente, con fama de noble y justo, convivió con una fastuosa corte que hizo real cualquier leyenda imaginable de Las mil y una noches. Casi una decena de palacios en Arabia, otro en Marbella —El Rocío—, réplica de La Casa Blanca, construido sobre 20 hectáreas de terreno en la zona más exclusiva marbellí; un castillo en la Riviera francesa, una residencia en Ginebra... donde en todos ellos sí es oro todo lo que reluce, además de estar repujados de los más finos y costosos materiales y decorados con las telas, alfombras, obras de arte y mobiliario más caro. Para sus desplazamientos disponía de una flota de aviones Boeing 747 de uso privado para él y su numeroso séquito, dos yates de las dimensiones de un trasatlántico, un parque automovilístico de coches únicos y una fortuna personal calculada por la revista Forbes en 25.000 millones de euros.
Pero una corte tan exclusivamente lujosa, enriquecida por los ingentes beneficios petrolíferos, supo conciliar en todo momento la abundancia con la generosidad. Y el rey Fahd fue pródigo en regalos para sus amigos y hermanos, como exige el islam con la entrega de limosnas para el culto musulmán y la ayuda a sus semejantes. El rey Juan Carlos, por ejemplo, ha sido uno de los beneficiarios. No sólo por un yate regalado. A finales de los años 70 la corte saudí entregó al monarca 100 millones de dólares, unos 10.000 millones de pesetas entonces. El envío se hizo a requerimiento del rey Juan Carlos para desarrollar y consolidar la joven democracia española. El dinero tenía carácter de préstamo a 10 años al cero por ciento de interés. Préstamo sin usura, como reza el Corán. Transcurrido el plazo el rey Fahd lo amplió por otros cinco años más. Pero cuando Don Juan Carlos tenía preparado el dinero para devolverlo, el monarca de Arabia envió a Don Juan Carlos un mensaje condonando la deuda, ya que su "hermano de España" no le tenía que devolver nada.
Sin embargo, no hay mundo más misterioso, enigmático y cerrado que el que rodea a la corte Saudí. En general, los árabes son muy celosos de su entorno privado. Su casa es su espacio único, levantan muros altos en las fachadas y está terminantemente prohibido que helicópteros o avionetas sobrevuelen las zonas urbanas para evitar que el interior pueda ser fotografiado o grabado. Para que un árabe reciba en su casa ha de tener plena confianza en el invitado, al que —salvo excepciones— jamás presentará a su mujer o mujeres, que, paradójicamente, son las auténticas reinas y señoras de la casa. Las que mandan. En la corte estas prevenciones son mucho más estrictas. En enero de 1999 viajé a Riad invitado por la familia real saudí con motivo de los fastos del centenario de la fundación del reino. Fui el único español. Tuve la oportunidad de saludar y cruzar unas breves palabras con el rey Fahd, ya en silla de ruedas tras la apoplejía que sufrió en 1995. En todas las recepciones y actos el trato fue de un agasajo exquisito, y fui recibido siempre entre esencias y café de cardamomo con decenas de personas pendientes de cualquier detalle.
El papel de la mujer. En el entierro del rey Fahd no hubo mujeres saudíes. Tampoco sus viudas. En Arabia el hombre y la mujer son socialmente realidades separadas y ocultas. Se desconoce cuántas esposas tuvo el rey ni si la reclamación presentada ante los tribunales de Londres por la princesa Hanan Harb, ex monitora de aeróbic y una de sus viudas, tiene fundamento o si la princesa Jawhara al-Ibrahim fue con certeza su esposa favorita y quien le cuidó hasta el final. Son los contrastes de una nación que está en el año 1300 pero que vive con el desarrollo de 2050. Un país envuelto en sus propias contradicciones que durante el reinado del rey Fahd se fueron mostrando de forma patente, pues conciliar la tradición y la dogmática religiosidad del wahabismo con los cambios que se le vienen exigiendo desde el mundo occidental democrático es muy difícil. De ahí que el proceso reformista iniciado por el rey Fahd e impulsado por su sucesor, el rey Abdala, regente de hecho desde hace 10 años, sea muy tímido y de muy incierto resultado.
Las nuevas generaciones saudíes vienen reclamando a la vasta familia real, compuesta por más de 6.000 miembros, una serie de cambios que se vayan acomodando con las nuevas realidades sociales. Uno de ellos es la incorporación de la mujer en el trabajo sin que haya interacción social con el hombre. Así la mujer va a ir accediendo a algunos comercios, colegios y hospitales o al mundo diplomático como embajadora. Sin embargo, seguirá teniendo prohibido conducir coches (único país en el mundo), con la paradoja de que exista una mujer piloto de líneas comerciales, aunque deba ir acompañada de su padre en calidad de "asesor jurídico".
Las dos guerras del Golfo, la presencia hasta hace unos años de un ejército norteamericano en suelo saudí, la ocupación de Irak y su proceso democratizador al gusto de la Administración Bush ha propiciado el desarrollo del terrorismo islamista con la presencia del fenómeno Bin Laden y su red Al Qaeda, dirigida no sólo contra Occidente sino al corazón de los regímenes árabes tachados de apóstatas y corruptos. El derrocamiento de la familia Saud está en su punto de mira. De ahí que evitar la desestabilización en la península arábiga, donde se almacena el 24% de las reservas de crudo mundial, sea clave. Si ayer fue la corte de Fahd, hoy es la de Abdala la que está en su propia encrucijada.
Por Jesús Palacios,es periodista y escritor
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