Amigos. El escritor francés (dcha.) Dominique Lapierre junto con Collins en el Pont de Grenelle de París (?980).
{ 14-IX-1929 19-VI-2005 }
Mis 45 años de colaboración con Larry
■ Escritor y periodista. Estadounidense afincado en Francia, se licenció en Ciencias en Yale aunque dedicó casi toda su vida a la literatura. Se asoció con Lapierre cuando era responsable de "Newsweek" en París (1961-1965), y durante 20 años de fructífera colaboración publicaron ¿Arde París?, llevado al cine, O llevarás luto por mí y Esta noche la libertad, entre otros.
Desde que nos vimos por primera vez, sabía que el americano Larry Collins iba a ser mi amigo y cómplice durante toda la vida. Él tenía 25 años y yo, 22. Ambos hacíamos el servicio militar en el SHAPE, el cuartel de las Fuerzas Aliadas en Europa, cerca de París. Hijo de un abogado de Connecticut, licenciado por la prestigiosa universidad de Yale, Collins descubría Europa.
Los dos soñábamos con ser periodistas. Después del servicio militar, Larry entró en la agencia UPI, desde la que pasó a la revista Newsweek, como jefe de su delegación en París. Mientras tanto, yo había entrado en las filas de Paris Match. Durante siete años, nos vimos, a menudo como competidores, en los puntos más calientes de la actualidad del mundo. Un día, Larry me encerró con llave en la habitación de nuestro hotel de Bagdad, para poder enviar en exclusiva fotos de la revolución iraquí a su revista. Me vengué, tres meses después, dándole un falso horario de los trenes que iban de Djibuti a Adis Abeba. Así, conseguí ser el último periodista que entrevistó al Negus de Abisinia.
Un día que pasábamos juntos nuestras vacaciones en la playa de Saint-Tropez, vimos un artículo en Le Figaro que, de inmediato, encendió nuestra imaginación. El citado artículo revelaba que, en el mes de agosto de 1944, Adolf Hitler había dado la orden de destruir París al general que dirigía las tropas en la ciudad. Y sin embargo, París había salido sin un rasguño del conflicto más destructor de la Historia. El relato de este milagro era la más bella historia francoamericana que pudiésemos escribir juntos. Así comenzó una extraordinaria colaboración, que iba a proseguir hasta el último día de la vida de Larry Una colaboración extraordinaria, porque, durante 45 años, fuimos el único equipo de escritores en el mundo que escribía simultáneamente en dos lenguas.
¿Arde París? fue nuestro primer gran éxito literario. Cincuenta millones de lectores, así como una gran película con más de cuarenta estrellas internacionales. Con los primeros derechos de autor, Larry se compró un trozo de terreno al lado de mi casa, en Ramatuelle, en la Provenza, donde construyó su primera casa. Allí se casó con Nadia, una bella princesa egipcia que iba a darle dos hijos, Lawrence y Michael.
Tras haber liberado París, nos fuimos de vacaciones a España. Apenas llegados, recibimos un telegrama de la gran revista internacional The Readers’ Digest, en el que nos pedía que escribiésemos un artículo sobre el más importante torero español de aquella época, el Cordobés. Ni Larry ni yo teníamos la menor idea sobre la tauromaquia, pero nos entusiasmaba el proyecto sólo con pensar en transformarnos en dos pequeños Hemingway. Y de hecho íbamos a poder contar toda la historia de la España moderna a través de este hijo miserable de un combatiente republicano muerto de hambre en un campo de concentración franquista. Este segundo relato, titulado ...O llevarás luto por mí nos colocó definitivamente en la ruta de las grandes epopeyas históricas mundiales. Oh Jerusalén , Esta noche la libertad, El Quinto Jinete y, más recientemente, ¿Arde Nueva York? iban a convertirse en los frutos de un fantástico apetito por investigar y por escribir que se fue adueñando de nosotros.
De esta aventura compartida durante 45 años, me gustaría recordar, entre tantas imágenes, la expresión de sorpresa que puso Larry cuando David Ben Gurion nos acogió en su kibutz de Sde Boker, en el desierto del Neguev (Israel), en medio de las ovejas que estaba esquilando para pagar su pensión en el kibutz que le había acogido en su vejez. Y su alegría durante los días que nos quedamos con el anciano para reconstruir, con él, los trágicos sucesos del mes de mayo de 1948, cuando el Estado de Israel que acababa de fundar estuvo a punto de desaparecer nada más nacer.
Vivir la Historia. Necesitaría todo un libro para escribir las experiencias que viví con Larry Collins junto a los gigantes de la Historia. Todavía oigo la voz de mi amigo, implorando por teléfono a Mountbatten, con el que acabábamos de reconstruir la independencia de la India. Collins acababa de enterarse de que el ex virrey del imperio británico de las Indias se disponía a irse de vacaciones a Irlanda, la tierra de sus antepasados. "¡No vaya a Irlanda, lord Louis, los fanáticos del IRA son capaces de matarle!". Mountbatten rechazó la súplica amablemente. Pero Larry tenía razón. Al día siguiente, los terroristas lo asesinaban. El no haber podido convencerlo era una de las cosas de las que Larry Collins se arrepintió toda su vida.
Al final de la verja que divide nuestras dos propiedades provenzales, construimos una cancha de tenis, que iba a jugar un gran papel en nuestra colaboración. Cada vez que no nos poníamos de acuerdo, disputábamos un partido de tenis. Los dos jugábamos casi igual. El que ganaba el partido, ganaba también la discusión.
Larry Collins era un gran vividor, al que le encantaba tanto el rosado de las bellas colinas de la Provenza como los platos más refinados de la gastronomía francesa: como el cassoulet (fabada) de Toulouse, los caracoles al ajo o el pato a la naranja. Era un americano sensible a la historia y a las tradiciones de la vieja Europa, donde había decidido vivir. Jamás olvidaré el grito de alegría que dio al descubrir, al final de una carta que habíamos recibido, la firma del General De Gaulle, que acababa de leer ¿Arde París? Y nuestro relato le había entusiasmado literalmente. En él había descubierto una gran cantidad de cosas que ignoraba. Collins hizo enmarcar la carta para colgarla como el mejor de los talismanes en la pared de su oficina.
A sus 75 años, seguía siendo un joven con la cabeza llena de proyectos. Acababa de concluir una gran investigación en solitario para contar la azarosa historia del proceso que llevará (esperemos) un día la paz a Oriente Próximo. Se interesaba apasionadamente por los destinos de Israel y de Palestina. Uno de los grandes recuerdos de su vida de autor era nuestro libro Oh Jerusalén .
En el mismo momento en que se moría, ese domingo 19 de junio de 2005, tras un coma final ocasionado por una hemorragia cerebral fulminante, pude comunicarle la información que acababa de recibir telefónicamente desde Jerusalén: las últimas tomas de la adaptación cinematográfica de nuestra obra acababan de concluir con éxito. Era la más bonita noticia que podía llevarse en su último viaje.
Por Dominique Lapierre , amigo personal y compañero de Collins durante 45 años, es escritor y periodista
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