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Jone Goiricelaya


• CRÓNICAS DE SOTOANCHO


Bailaba con porte de reina, pero su mundo se redujo al ámbito rural del odio.

■ Dicen los que la conocieron que de joven era una mujer con un gran atractivo. Bailaba como los cisnes. Estudió Derecho y formó parte de esos grupos de escalada que interpretaron que las cumbres de las montañas vascas eran diferentes a las del resto de España. Ingresó la serpiente en su sangre y en su ánimo, y puso toda su sabiduría jurídica a disposición de la serpiente, cuando aún las víctimas de sus terribles mordeduras no alcanzaban un centenar. Para ella, como para sus compañeros de cimas y de danzas, la serpiente necesitaba enroscarse en algo, y le ofrecieron un hacha con mango de roble del monte Gorbea y cabeza de acero de Llodio. Su mundo se redujo al ámbito rural del odio, al urbano de la justificación y al judicial de la toga, más negra que todas las demás. Sólo la de Íñigo Iruin podía comparársela en negruras.
Danzas
Desde ahí hasta mil muertes, con sus asesinos defendidos ardientemente. En las salas de juicio y en los foros parlamentarios. Entre terrorista defendido y terrorista justificado, primavera vasca, mantenida su flexibilidad y su gracia danzando tzortzikos en la altas praderas cuando la primavera llevaba. En El bucle melancólico, Jon Juaristi narra con tristeza poética el aurresku que Jone Goiricelaya baila en honor del etarra Eugenio Aramburo, el etxeko-jauna que se suicidó en su casa cercana a Mallavia cuando supo que iba a ser detenido. “Baila Jone sobre los campos verdes, circundados de montañas y de bosques que son un milagro de la primavera. Con elegancia sobria, marca los pasos de una danza grave y señorial, al son triste, elegiaco, de la vasca tibia y el tambor. Breve melena suelta al viento, corpiño negro sobre la cándida blusa, y falda roja que ondea como una oriflama banderiza en la quietud de estos valles, llenos de dulce añoranza. Tiene el porte de una reina”.
Y así era. Cuando baila, Jone se transforma, y su alma sin alma se disfraza. Repara más adelante Juaristi en una tragedia adelantada. Al fondo de la gran pradera en la que Jone baila en honor de un asesino, se asoman los tejados de las casas trabajadoras de Ermua, que es eso, la yerma, la sin nada, Casas de maketos inmigrantes que un día llegaron a las Vascongadas de otras partes de España a trabajar. Y mientras Jone baila y llora por el asesino, un chico joven, Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en Ermua, la yerma, la sin nada, sale de su casa camino del Ayuntamiento en un día cualquiera de su última primavera.
Jone Goiricelaya ya se muestra devastada físicamente y poco le queda de baile. Pero sigue aferrada al hacha y la serpiente. Y sonríe. Pilar Bardem, en su nombre y en el de sus compañeros del Cine español, entre besos, abrazos y ovaciones, le acaba de entregar un ramo de rosas blancas. Y Jone, claro está, sonríe agradecida.

 

Alfonso Ussía

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