Biografía.- El "papa" Clemennte
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Detenido. Clemente Domínguez es trasladado por la Guardia Civil para ser puesto a disposición judicial (1976) tras unos disturbios.
{ 29-IV-1946 22-III-2005 }
■ Un pontífice de pandereta, prisionero de su “Vaticano” sevillano.
Autoproclamado Papa. Una visión de la Virgen en la pedanía sevillana del Palmar de Troya en 1969 le llevó a erigir el templo de un polémico grupo religioso: la Iglesia Cristiana Palmeriana. Canonizó a Franco, José Antonio, Colón y Don Pelayo tras recibir un mensaje divino en 1978 y autoproclamarse papa Gregorio XVII. Fue tachado de farsante y líder de una secta.
Casi al mismo tiempo que los norteamericanos hollaban la Luna, un español alunizaba en la cara semioculta del catolicismo, dejando su huella, su verbo, su olor, su sangre, sus ojos, y a mucha gente boquiabierta; gente que tenía que verlo para creerlo, o que no creía lo que veía, o que creía sin ver. Aquel español inverosímil se llamaba Clemente Domínguez Gómez, y logró encarnar el singular hito histórico e histérico de llegar a ser el primer antipapa celtibérico desde los tiempos pestíferos y cismáticos de Pedro de Luna, seis siglos antes, cuando la tierra era plana.
Como la metamorfosis de una oruga en mariposa rara, Clemente mudó del estado de ínfimo contable en paro y dudosa reputación, al de mucho más dudoso pero formidable hombre orquesta de carisma circense y bizarro. A continuación, de ser el inopinado e iluminado obispo Fernando, pasó a desplegar alas multicolores y transfigurarse en S.S. Gregorio XVII, vicario de Cristo pro Voluntas Dei —o como se diga o decline— y coronado pastor y piloto de la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica y Palmariana. Nadie puede negar que el de este sevillano, cuyo horizonte civil se hubiese limitado virtualmente a la venta de cupones a la sombra de la Giralda, fue en cambio un destino de lo más intensa y polémicamente peculiar, y en un lapso vital relativamente breve.
El tono extraña y tragicómicamente festivo, profano y mistérico al tiempo, parecía algo propio del personaje, pues nació, más o menos, en una Feria de Abril y falleció en una Semana Santa. Clemente-Gregorio y su microcosmos parecen remitirnos a un illo tempore mojigato, freudiano o jungianamente mórbido, con todos los fetichismos talares imaginables, en el esplendor gótico y barroco del gore a lo divino y del sacro bondage. Todo ello moduladamente deconstruido por el nacional-catolicismo triunfante, hasta que el Vaticano y Madrid claudicaron ante el aperturismo satánico, propiciando la reacción de una nueva estirpe de videntes, cruzados y mártires más o menos incomprendidos e incomprensibles para un mundo decadente.
Déjese el sublime misticismo, la misión providencial y la virtud heroica de Clemente para los suyos: el resto recordaremos sus debilidades y pecados, su talento como histrión hemorrágico, su chamanismo casposo y truculento, su profetismo errante, sus aspavientos medievales de Papa de oropel de Fiesta de los Locos, su labor de mareante en la stultífera navis palmariana, los avatares de sus ordenaciones, fundaciones y viajes, y los hechos de sus apóstoles apóstatas, lo chusco de sus transmisiones de las arengas, órdenes, recados y ocurrencias de Dios Padre, del Espíritu Santo, de Cristo Rey, de Su Santa Madre y del resto del Año Santo y sus ampliaciones apócrifas, y el astracanesco nacional-catolicismo de su Barataria, su tridentinismo macarrónico o su megalomanía hortera. No recordamos los hitos de fe, esperanza y caridad, sino las performances y los happenings, las catarsis pánicas de Clemente y compañía, que reducían al estado de tibia travesura lo mostrado por Berlanga, Fellini, Jodorowsky o Els Joglars en estado de gracia.
Su paraíso. Considérese, en cambio, que mientras el imperio del mundo, del demonio y de la carne, nos atribula con sus engaños, Clemente, dejando atrás las inclemencias del Maligno, atrás su martirio, su cruz y su opulenta tiara, ya habrá recibido su festiva apoteosis ante la eternidad celestial, en un paraíso imaginario con sospechable aspecto de collage kitsch, o de decorado de Cifesa o de mezcla ecléctica de universidad laboral gijonesa, Seo de Zaragoza, Valle de los Caídos y ciudad de vacaciones espirituales. Será acogido por un sonriente y aureolado San Francisco Franco; y un engominado San José Antonio también estará ¡presente!; y Nuestra Señora del Palmar le devolverá los ojos. Entonarán un Rosario interminable, per secula seculorum, aunque con recesos para disfrutar de algunos cigarrillos y cafés y bollos (no más de cuatro al día), ya se sabe, pequeños alicientes de los grandes santos palmarianos. Y así será por siempre jamás; o no.
Antonio Fontela es autor de "Asturias, paraíso sobrenatural: la piedra filosofal, el aparicionismo, los ovnis" (Granda), donde aborda las apariciones del Palmar.
Por Antonio Fontela
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