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Biografía.- Álvaro Domecq


• BIOGRAFÍAS


Espontáneo. En los años 50, en su finca Los Alburejos (Jerez). Fue piloto, rejoneador, ganadero, alcalde...

♦ Un ganadero con alma de alquimista {(1-VII-1917) (5-X-2005)}

► Álvaro Domecq.

Ganadero y rejoneador. Desde su nacimiento (Jerez de la Frontera) vivió el ambiente taurino. En 1935 debutó como rejoneador en un festival benéfico y entre 1942 y 1949 lo hizo ya como profesional. Tras dejar los ruedos se centró en la política —fue alcalde de Jerez— y en la ganadería, convirtiéndose en pionero en la aplicación de técnicas genéticas para mejorar la casta de las reses. Don Álvaro. Le llamaban don Álvaro. Unos con miedo. Otros con respeto. La mayoría, con sentido devocionario o con aquiescencia patriarcal. Porque Álvaro Domecq custodiaba el planeta taurino sin haber incurrido en las tentaciones prosaicas de un señorito jerezano. Se lo impedían las arrugas nobles del rostro, la dignidad, la mirada cristalina, la conciencia de mecenazgo que adquirió la finca de Los Alburejos, próxima a la localidad sevillana de Medina Sidonia.

Don Álvaro era una referencia moral, un ganadero con alma de alquimista, un rejoneador de leyenda, un conversador ejemplar, un fervoroso cristiano. Cristiano a los pies del Antiguo Testamento, deudor de un Dios implacable que le privó de su madre a los 4 años y que le arrebató prematuramente a 17 de sus 19 hijos a cuenta de accidentes, problemas del factor Rh y disentería. También se le murieron cuatro nietas en un accidente de coche que conmocionó la España lacrimógena de 1991. Sin embargo, él no renegó del crucifijo, ni de la sonrisa solar bajo el sombrero.

Era un superviviente que parecía haber encontrado el secreto de la inmortalidad entre los trastos del laboratorio jerezano, aunque la noticia de su defunción le desmintió el 5 de octubre de 2005. Tenía 88 años y la cabeza en su sitio. Todavía montaba a caballo y se dejaba ver en los callejones con ese aura de patrón incorruptible.

La historia comenzó en Jerez de la Frontera (Cádiz), el 1 de julio de 1917, fecha de nacimiento del niño prodigio en el templo bodeguero y ganadero de la familia Domecq. Tuvo antes un póney que una bicicleta, aunque su padre no quiso educarlo en la abundancia, ni en los privilegios de los señoritos. Lo matriculó en un colegio jesuita de Madrid, donde permaneció internado hasta la llegada de la República, en 1931. Las distancias políticas forzaron el exilio voluntario de la prole a otros centros de la Compañía de Jesús, en Burdeos (Francia) y en Extremos (Portugal). Pero Álvaro regresó a España para estudiar Derecho en Granada sin perder de vista la ganadería brava que su padre había comprado de manos del duque de Veragua.

Fue entonces cuando comenzó a iniciarse y curtirse como rejoneador. Permitiéndose incluso debutar con apenas 15 años en un festival benéfico, organizado en Santander. La experiencia no pudo prolongarse mucho tiempo. No sólo porque la muerte de su padre (en 1937) le obligó a ocuparse de los negocios familiares; también porque fue llamado a filas y se alistó como piloto en el Ejército del Aire.

Pero la vocación terminaría imponiéndose. Probablemente gracias a la determinación de un sacerdote salesiano, Torres Silva, que le invitó a recaudar fondos para la construcción de un colegio de niños necesitados. Impresionado por el salesiano, decidió donar el dinero que percibía en los espectáculos ecuestres.

Sin embargo, su notoriedad a caballo sobrepasó el ejercicio de la caridad. Hasta el extremo de convertirse en una primera figura de la tauromaquia de la posguerra y de rivalizar con los grandes toreros de a pie: Pepe Luis Vázquez, Domingo Ortega, Antonio Bienvenida y, especialmente, Manolete, cuya muerte sorprendió a Álvaro en la plaza de Linares aquel agosto fúnebre del año 1947.

Del rejoneo a la política. Dos años después volvería al coso linarense para retirarse. Era un homenaje póstumo al matador cordobés, de quien fue íntimo amigo, confesor y albacea testamentario circunstancial. Muchos críticos de la época no llegaron a explicarse las razones de una despedida tan prematura. Álvaro tenía sólo 32 años. Suficientes para emplearse a fondo en la política —fue alcalde de Jerez, presidente de la Diputación de Cádiz, diputado en las Cortes—, para dedicarse a la selección del caballo andaluz y para buscarle confines insospechados a los métodos de crianza de su ganadería, Torrestrella.

La teoría puede leerse entre las páginas de El toro bravo, su obra mayúscula. La práctica se ha visto durante medio siglo en los ruedos españoles, reivindicando la búsqueda de un toro imposible capaz de aglutinar la belleza, la fiereza, la bravura, la raza y la fortaleza. Demasiados sustantivos para el miedo de muchos toreros, aunque él nunca ha sido un ganadero hostil ni intimidatorio.

Ha sido un experimentador, un personaje audaz, un pionero. Empezando por el mérito de haber utilizado antes que nadie los métodos de inseminación artificial y la congelación de semen y de embriones. Hubo colegas que le consideraban una especie de Frankenstein o de mago, pero el número de toros indultados ha dado la razón al método de Álvaro Domecq. Pese a la modestia con que hablaba poco antes de morir: "Estoy satisfecho de cuanto he hecho como ganadero. No orgulloso. Porque nunca llegamos a saber nada, se cree que se sabe y no es así. Por eso creo que la clave de mi vida y de mi condición de ganadero ha sido la humildad, la prudencia. Quien se dice sabio, se dice ignorante", señalaba en el calor de una tertulia jerezana entre amigos.

Su hijo siguió los pasos de la tradición familiar y se convirtió igualmente en una primerísima figura del rejoneo. También lleva ahora las riendas de la ganadería y preserva la memoria familiar. Pero le llaman Alvarito. Un diminutivo que subraya la importancia del patriarca, cuya muerte en el pasado otoño dio lugar a tres días de luto en Jerez de la Frontera y a un duelo multitudinario. Nada de mundanería ni de hipocresía. A don Álvaro se le quería y se le temía.

[Fuente: Rubén Amón]

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