► Los cuadernos
■ Transcurridos cinco meses desde la muerte de Mamá, he decidido vaciar sus armarios. Convertiré sus aposentos en una zona de recreo, con una mesa de ‘snooker’ como principal protagonista. Además, que mantener las cosas personales de una difunta permanentemente, se me antoja de dudoso gusto. Toda su ropa, absolutamente toda, a las Hermanas de la Caridad y de los Pobres. Sus joyas ya me las apropié y distribuí según sus deseos. Sus libros, la verdad, no merecen la pena. Son cuatro y leyó y releyó toda su vida los mismos. ‘El milagro de santa Calamanda’, ‘Tigres y leones en el circo romano’, ‘Apariciones de Pitita Ridruejo’ y ‘Manual de la decencia en las relaciones matrimoniales’. Los acoplaré en la biblioteca sin excesivo entusiasmo. Pero me ha sorprendido, en el armario tercero según se entra a la izquierda en el cuarto de vestir de mi madre, encontrar un montón de cuadernos con el título ‘Mis diarios’. Jamás vi a mi madre afanada en la escritura. Para mí, que los escribía cuando se metía en la cama con dos copitas de más. El 14 de febrero de 1938 –yo nací dos días antes–, escribe: “Cristián es feo, llora continuamente. Mi marido me ha dicho que se parece a mí, pero hasta ahí podíamos llegar. Tengo que aparentar que estoy feliz con él. La gente, cuando lo ve, se asusta.
Es el bebé más espantoso que he visto en mi vida”. Terribles renglones que han herido mi alma hasta límites insuperables. No es agradable leer de una madre que su hijo ha nacido feísimo. Tomo el cuaderno correspondiente a 1942, cuatro años más tarde, y elijo un día a voleo: “Estoy encantada. Cristián ha roto a hablar. Ya dice ‘papá’ y ‘mamá’. Con cuatro años no está nada mal.
Físicamente me sigue preocupando. Es muy largo y desgarbado. Mi marido me regaña porque lo bañamos seis veces al día. Me gusta que mi hijo esté limpio. Todavía se hace pis por la noche, pero no hay que tener prisa. Al menos, ya habla”.
¡Me bañaban seis veces al día! Así tengo la piel, que la roza un mosquito y me hace una herida. Y no me he quedado contento con mi precipitación en el lenguaje. Los niños de cuatro años no sólo hablan perfectamente, sino que son capaces de leer ‘El Quijote’, y yo, a esa edad, sólo decía “mamá” y “papá”. Tengo que deshacerme de estos cuadernos. Si Tomás o Marsa los leyeran, perdería todo mi carisma. Una última hojeada. Año 1955. Tengo 17 años. “Lorenza, el ama de Cristián, me ha dicho que ya es hora de que se bañe solo. Que le da un poco de vergüenza enjabonarlo y aclararlo por determinada zona de su cuerpo. Pero le he dicho que no. No me fío de Cristián bañándose solo. Es capaz de mentirme”.
Eso sí lo recuerdo
Lorenza me bañó hasta los 18 años. Dejó de hacerlo porque se jubiló. Gracias a ello, ya bañándome solo, aprendí lo del masaje de las pompitas de jabón y otras guarrerías que me encantaron. Guardaré los cuadernos.
Tengo curiosidad por saber todo lo que Mamá escribió de mí. Pero los voy a depositar en una caja fuerte del Banco. Todo menos que los descubran.
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