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La Plomada

• CRÓNICA DE SOTOANCHO


► La plomada.

■ En casa, las perdices son de verdad. Cuidamos sus nidos, sembramos para ellas y son perdices machas y resistentes. Así que he decidido organizar una cacería para mis amigos, con todos los gastos pagados y a mi costa, como en mí es habitual. A algunos, los que en Madrid y Cantabria viven, les he convidado al viaje, que no es moco de pava. Día maravilloso, los ojeadores dispuestos, el tomenló preparado, el desayuno de tronío y a tirar los pájaros. Me acompaña en el puesto Tomás, que me carga las escopetas –las ‘Purddie’ de Papá–, y Anastasio y Hernán que cumplen con sus labores de secretarios. En el primer ojeo flanqueaban mi puesto Bertín Osborne a mi izquierda y Carlos Domecq a mi derecha, que saben y dominan los secretos y tradiciones de la caza. Les he pedido a todos que, en señal de duelo por el reciente fallecimiento de Mamá, porten en la manga de sus ‘tebas’ un brazalete negro cimarrón, porque si bien mi madre, que en paz descanse, no se hacía querer, madre no hay más que una, como dice la copla de tío Rafael de León. Nubes de perdices. Se escapan más de las que caen, afortunadamente. Cuando me disponía a abatir a una que venía de pico y volando por el primer andamio del cielo, he sentido en mi muslo izquierdo una quemazón más que desagradable. Para mí, que Bertín me ha tirado a dar. Después del ojeo, durante el análisis de los hechos, hemos llegado a la conclusión de que el autor del disparo que ha horadado mi muslo de pollo no ha sido otro que el conde de Labarces, que corta mucho las perdices que van a otros puestos y que no hay nada que hacer con él porque lo lleva en su carácter. Pero ser anfitrión obliga a mucho. Tras una rápida cura, hemos continuado con la cacería. En total, al término de la jornada, 879 perdices, 32 liebres y un número inconcreto de ánsares y patos que han entrado a los puestos cercanos al Guadalmecín, el lago y la albariza de los juncos. Me duele el muslerío, pero me compensa ante el resultado final. Miroslav, el chófer y jefe de seguridad de casa, no está de acuerdo con la actuación del conde de Labarces y me ha manifestado su deseo de pincharle una rueda del coche. Me he opuesto a tamaña barbaridad. Ya en frío, creo que el culpable ha sido el que ha colocado los puestos, es decir, Modesto el Guarda Mayor, que desde que salió del armario y vive con Buba, su camerunés del alma, tiene la cabeza a pájaros. Más que la plomada, mi dolor se ha resumido en una frase de Marsa, mi mujer. “Bertín me ha parecido además de guapísimo, simpatiquísimo”. No sólo Marsa. Cuando Bertín ha alcanzado la puerta de casa, ya terminada la cacería, todas las mujeres de La Jaralera, Flora, María, Fuensanta, Elena, Honoria y Marsa, han aplaudido con fuerza su presencia. Y algo separados, Modesto y Bubú también. Y yo me pregunto qué tendrá ese chico que me falta a mí.

[Fuente: Alfonso Ussía] Divúlgalo

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