CRÓNICA DE SOTOANCHO
► La Berrea.
■ En los valles y cuerdas de La Manchona se han oído los primeros berridos de amor de los venados. Los más fuertes, de ahora a finales de septiembre, se lo pasarán estupendamente. Los hay que llegan escuálidos y empellejados al último tramo del tiempo del amor, pero orgullosos de haber cumplido con su deber. Cuando ellos renuncian, por falta de fuerza, a montarse a las ciervas, les llega el turno a los venados de medio pelo, que se pasan la berrea recibiendo palos de los grandes machos y mirando, desde prudente distancia, como éstos se sacian de amor dejándolos a ellos, con un palmo de narices y las cántaras rebosantes de deseos. Porque los venados, por muy salidos que estén –cosas de la naturaleza–, no se pueden hacer pajitas.
En plena berrea, el cielo se ha abierto y han caído sobre Andalucía lluvias torrenciales. El Guadalmecín baja majestuoso y cantor, y el puente de los plumbagos ha estado a punto de ser arrastrado río abajo. Modesto me dice que durante mi ausencia, el verano ha soplado más de poniente que de levante, y salvo tres o cuatro días, el calor no se ha notado. Mi más cordial enhorabuena a los meteorólogos que anunciaban el verano más caliente de los dos últimos siglos, por esa vaina del calentamiento global.
Calentamiento global el mío, que me sigo poniendo como un mandril del Serengueti cada vez que veo a Marsa el dibujo de su desnudez. Este año, no puedo retrasarlo, tengo que cazar en La Jaralera. Dos años llevo sin permitir que se dispare un solo tiro, y Modesto me ha recomendado un descaste de ciervas, ya cumplida su misión natural. Así de duro. De no hacerlo, la densidad puede terminar con la calidad de los venados de La Manchona, los más chulos y altivos de Andalucía. Pero la berrea la salvo. Me entusiasma el alarido pasional de los grandes machos, y las respuestas de los osados venados que aceptan el reto y el desafío con peligro de su vida. Cuando el venado berrea, la sierra se paraliza. Los cochinos a lo suyo, y los corzos en sus cosas. El corzo, casi incompatible con el venado, se ha hecho dueño de los cerrillos jugosos y los valles adyacentes. Y no tiembla de miedo cuando el venado amenaza. Al revés, mira, alza la cabeza, y sigue en sus quehaceres harto de tanto ruido.
En esta época, disfruto de mi campo más que en primavera. Un disfrute melancólico, por cuanto el otoño es un recuerdo permanente de la muerte que la naturaleza regala al hombre. Después de seis horas en la sierra, he llegado a casa como si fuera el “Diez Puntas” que describe en su “Solitario” Jaime de Foxá. Y he procedido a berrear: ¡Maaarrrssaaa!
Nadie me ha retado. En ese aspecto, los hombres tenemos más suerte.
Y como un viejo macho de La Manchona, he cumplido con el amor.
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