AL TERMÓMETRO CLÁSICO LE QUEDAN 2 TELEDIARIOS

DÍGALE ADIÓS AL TERMÓMETRO CLÁSICO ANALÓGICO

Fue inventado por Daniel Gabriel Fahrenheit en 1714, creador de la escala de medición térmica que lleva su nombre.
Su funcionamiento se basa en un elemental principio de la Física: los líquidos se expanden al aumentar su temperatura.
Para su ingenio utilizó mercurio porque puede soportar temperaturas mucho más extremas sin dejar de ser líquido.
Uilizó mercurio porque es un metal que permanece líquido a temperatura ambiente. Ello optimizó el instrumento de medición.
Éste elemento químico sólo se solidifica al alcanzar temperaturas de 39º bajo cero. Para evaporarlo, se necesitan más de 57º.
Existen más de 150 millones de termómetros de mercurio en el mundo. La demanda global de mercurio asciende a 3.60 toneladas.
En Europa se emplean 33 toneladas de mercurio para fabricar instrumentos de medición; el 80% se usa en termómetros médicos.
El mercurio es tóxico y si se inhala o ingiere, puede producir un conjunto de trastornos (de toda índole) y que se denominan hidrargirismo.
El término hidrargirismo proviene del nombre griego del mercurio, que significa agua (hidra) y plata (gira).
Pese a la poca cantidad de mercurio que contiene, si se rompe el cristal y se inhala (o se ingiere) causa daños en el sistema nervioso.

En enero de 2009 asistiremos a la caída de una pieza histórica. Después de tres siglos usándolo se dejará de fabricar el termómetro de cristal. La causa: evitar el uso del contaminante mercurio. Su fin ayudará a tener un medio ambiente más limpio.

El termómetro de mercurio, aquel cristalino dedo acusador que obligaba a los niños a ir al examen pese a sus elaboradas simulaciones de catarro, tiene los días contados.

El motivo es que el metal licuado y plateado que hace funcionar a este sencillo pero eficaz dispositivo es un elemento tóxico.

De aquí a un año y medio, los 27 países de la Unión Europea eliminarán del mercado estos objetos, que han prestado una gran ayuda a la medicina y la ciencia durante tres siglos. Ahora, sin embargo, existen alternativas igualmente útiles y mucho menos nocivas para la salud y el medio ambiente. Sobre todo, los termómetros digitales, que en realidad ya han sustituido a los de mercurio -más frágiles, más difíciles de usar- en muchos hogares.

Los termómetros de mercurio llevan con nosotros desde el siglo XVIII, en plena eclosión de las ciencias naturales, y se basan en un elemental principio de la Física: los líquidos se expanden al aumentar su temperatura. El mercurio, además, lo hace de manera uniforme, y no mancha ni humedece el cristal, ni trepa por sus paredes. Por el contrario, el líquido plateado se expande por el tubo de forma lineal y en justa proporción al calor que recibe. Así, la marca que alcanza es una señal precisa y fiable de la temperatura a la que ha estado expuesto: en este caso, la de la axila o la boca del paciente.

La idea es simple, barata y eficaz. El problema es que, pese a la poca cantidad de mercurio que contiene un termómetro, sus vapores pueden contaminar el aire si se rompe el tubo y causar daños en el sistema nervioso al ser inhalados. Además, deshacerse del mercurio es muy difícil: no se debe barrer ni aspirar, porque entraría en la cadena de residuos; tampoco se puede verter por un sumidero, pues contaminaría las aguas. Habrá que agradecerle los servicios prestados y despedirse de él para, siempre.